24 de junio de 2017

HOJAS QUE REPARAN.

23 de junio de 2017 
HOMENAJES 
Hojas que reparan 
Parecen trazos frágiles estampados sobre papeles que surgieron de la oscuridad. Sin embargo, las viñetas que componen Il Capuchino son imágenes descarnadas, sobrevivientes de las catacumbas en la última dictadura cívico-militar. La autora, Lelia Biccoca, estuvo secuestrada en la ex Esma y continúa desaparecida, pero sus dibujos de cuerpos como palos, grilletes y charcos lograron restauran memoria, ahora atesorada en archivos que la preservan. A cuarenta años de su secuestro, el Museo Sitio de Memoria Esma le rinde homenaje a una insumisa que pudo desplegar alas en el corazón del horror. Por Ivana Romero
En estos días se lo podría llamar “fanzine”. Son ocho hojas de un papel frágil con viñetas dibujadas en tinta azul. No hay fondo, sólo figuras. Unas líneas sintéticas, suficientemente expresivas como para transformarse en figuras humanas. Sin carne porque son palitos. O porque tienen hambre. O porque han intentado robarles el corazón. O todo eso. Una de ellas, por ejemplo, lleva muletas. A la otra le falta un pie y en su lugar hay trazado un hueso y debajo, un charquito, como si algo o alguien se hubiera comido la parte faltante. “Perrito lindo, ¿no?”, escribió la historietista debajo. También hay una figura que tiene la cabeza sostenida sobre la mano, como referencia a la tragedia de Hamlet. O a la propia. O a un lugar donde ocurren cosas que no tienen ni pies ni cabeza. O todo eso. Una de las viñetas tiene una figurita con grilletes en las muñecas que hace la mímica de tocar una guitarra que no existe mientras avisa que, a pesar del vacío, “Aquí me pongo a cantar…”. Otra está recostada sobre un féretro como si estuviera tomando sol. O burlando a la muerte. O todo eso.
Hay fragmentos de El Principito y de Khalil Gibran. Y una portada con el título de la historieta: Il Capuchino. Debajo, la siguiente inscripción: “Ediciones Grilletes Unidos / Autores: Esposas varias / Talleres gráficos: Cucha cucha”. Y también: “Se terminó de imprimir un día a la tarde, temperaturas primaverales, olores varios. Luz artificial del año 1977”. 
La autora de Il Capuchino es Lelia Biccoca. Ella es una de las cinco mil personas que permanecieron secuestradas en el centro clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada. La Esma. Dibujó esas viñetas allí, probablemente en el sector conocido como “Capucha” en el tercer piso del Casino de Oficiales, donde lxs reclusxs eran hacinadxs en un espacio ínfimo, hediondo, mal alumbrado, incapaces de saber si era de día o de noche. Lelia permanece desaparecida.


Fue detenida la madrugada del 31 de mayo de 1977 en su casa de San Martín, en la provincia de Buenos Aires. Allí vivía con sus padres Luis Biccoca e Ida Galizio. Tenía 44 años. Tras su secuestro, la familia supo que además había estado detenida en El Campito, la guarnición militar de Campo de Mayo. Fue la misma Lelia quien se lo contó a Beatriz Luna, sobreviviente de la Esma. Además, a ella le entregó las hojitas de Il Capuchino. Luna recuperó su libertad el 1 de setiembre de 1977 junto a su compañero de entonces, Ricardo Camuñas. Con el tiempo, se mudó a Londres y él -que se quedó en Argentina- conservó los originales de la historieta. Recién en 2014, Camuñas habló de la existencia de la historieta. Ocurrió cuando dio testimonio en el juicio Esma III. 
A 40 años de la detención de Lelia, el Museo Sitio de Memoria Esma organizó “La visita de las cinco” en su memoria. Se trata de una actividad que se realiza el último sábado de cada mes donde lxs visitantes recorren el centro clandestino de detención y reciben información sobre lo que ocurrió allí. Además, son invitadxs sobrevivientes, escritorxs, periodistxs, historiadorxs o artistas para buscar formas de articular un relato que fue tragedia colectiva. Esta vez, allí estuvo la historietista y escritora Maitena (ver recuadro). 
Además en ese marco, Camuñas -con el acuerdo de la familia Bicocca- mostró por primera vez públicamente los originales de Il Capuchino y se los entregó al Archivo de la Memoria, que se ocupará de  su restauración y resguardo. También, una muñequita hecha de trapos y lanitas que Lelia confeccionó en el corazón del horror. “Estos objetos no sólo son importantes para restituir la memoria de una persona desaparecida sino que también sirven como información y aporte de pruebas para que los investigadores puedan seguir trabajando en la reconstrucción de lo que sucedió aquí”, resaltó Alejandra Naftal, directora del museo.
Los vidrios brillaban cada mañana en la librería Maranatha (que quiere decir “el Señor viene”). Lelia era catequista y además integraba la Asociación Cristiana de Jóvenes de San Martín. Así que en la librería que abrió en la planta baja de su casa se podían encontrar libros de religión. Pero también, literatura, historia del arte e incluso las historietas de Mafalda. También había posters de ésos con frases de amor y niñitas de pelo largo sentadas en bancos de plazas bucólicas. En Maranatha incluso funcionaba una estafeta postal. Así, era un punto de reunión para lxs chicxs y la gente del barrio. “Mi tía era medio obsesiva de la limpieza así que quería que todo estuviera impecable. Por eso se la podía ver temprano acondicionando la librería antes de abrirla. Pero además era muy generosa. A mí me dejaba mirar todos los libros de arte y me contaba quiénes eran Van Gogh, Miró, Rembrandt. Creo que su librería era muy contemporánea, un poco un centro cultural como los de ahora”, evoca su sobrina, Cecilia Biccoca, que actualmente tiene 52 años.


Lelia había nacido en Los Quirquinchos, un pueblo minúsculo de la pampa santafesina, en 1932. Era la mayor y única mujer de tres hermanos. A principios de los cincuenta, la familia se mudó a San Martín y se estableció en la localidad de El Tropezón. Ahí, don Biccoca, que era carpintero y militante histórico del PC -luego se pasó a las filas del Partido Demócrata Progresista- abrió un corralón de materiales.
“Ella era particularmente inteligente así que todo el asunto del arte y el interés por la cultura le viene de su curiosidad. Porque, la verdad, no fue a la secundaria. Vivíamos en el pueblo y mi padre me mandó a mí a estudiar a Rosario pero decía que las mujeres no podían irse de la casa. Así que Lelia sólo pudo estudiar corte y confección”, cuenta Jorge, dos años mayor que su hermana.
En la casa familiar se hablaba abiertamente de política y Lelia no siempre estaba de acuerdo con su padre ni en ése ni en otros asuntos, como el lugar de la mujer en la sociedad. Sí, esta chica morocha, de pelo corto y de sonrisa espontánea, enseñaba catecismo, usaba diminutas cadenitas con dijes de cruces en el cuello y prefería andar de mocasines antes que de tacos. Es decir, había en su gesto cierta discreción. También hacía tarjetas primorosas de Navidad, bordaba, dibujaba y malcriaba a sus sobrinos regalándoles libros o calentando naranjas sobre la hornalla suave de la cocina para que ellos disfrutaran de jugo tibio en el invierno. Pero además, militaba secretamente en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. 
“Una vez me dijo ‘Cecilia, te regalo los libros que quieras’. Yo no sabía qué elegir entre tanta hermosura. Agarré un libro de tapas duras de Winnie the pooh y otro con la historia de una hormiga. Aún los tengo. Ocurrió poco antes que la desaparecieran. Cuando fui más grande empecé a pensar que quizás ella supiera que estaba en peligro”, dice su sobrina.
Su amiga Graciela Escuderi corroboró este dato en un documental que se proyectó durante “La visita de las cinco”: “Se fue despidiendo de cada uno de nosotrxs. A mí me dijo que tenía que irse pero que no iba a bajar los brazos y que iba a enfrentar lo que fuera necesario”, contó.
“¿Qué estás haciendo vos con éstos?”, le dijo por lo bajo don Luis a uno de los integrantes de la patota que se presentó en la casa de los Biccoca aquel 31 de mayo. Es que junto a los seis que decían ser del Ejército, había uno de la Brigada de Investigaciones de Caseros y cliente del corralón paterno. “Un conocido, que veíamos todos los días porque por esa época la comisaría estaba en reparaciones”, explica Jorge. El tipo respondió casi con señas que cumplía órdenes. Más tarde, durante la búsqueda desesperada de Lelia  -que incluyó peregrinación por comisarías, pedidos de habeas corpus y cartas a miembros de alto rango de las Fuerzas Armadas, desde Videla hasta Harguindeguy- ese hombre daría alguna pista difusa que llevó a Jorge y su padre a Campo de Mayo.
“Fuimos a hacer averiguaciones y nos sacaron prácticamente a patadas pero con el tiempo supimos que, antes de la Esma, ella estuvo detenida en El Campito, la guarnición militar de Campo de Mayo”, dice Jorge. Y agrega: “Lo que son las cosas. Mientras estuve ahí todo el rato sentí que Lelia estaba al otro lado de la puerta. Y quizá fuera cierto”.
El 22 de agosto de 1977,  Beatriz Luna y su compañero de entonces, Camuñas, fueron detenidxs en Retiro, recién llegados de Tucumán en el Estrella del Norte. Estuvieron diez días en la Esma. Ahí Beatriz conoció a Lelia. Rápidamente se hizo amiga de esa chica flaquita y enérgica a la que le decían “Haydée” o “la catequista”. Más tarde su testimonio sería fundamental para reconstruir el cautiverio de Biccoca, ya que ella misma le contó que había estado en Campo de Mayo. Entre las secuelas del horror, Lelia había llegado a la Esma con el pelo completamente canoso y había perdido la movilidad de un brazo. Sin embargo, seguía dibujando historietas. Y riendo cada vez que podía.
“Ella era muy respetada incluso entre los mismos ‘verdes’ (los guardias que controlaban a lxs secuestradxs y que eran estudiantes de la Esma). Les enseñaba cosas de la vida a estos chicos, les daba elementos, los educaba de algún modo”, contó Luna durante los juicios. A cambio, Lelia lograba que ellos le dieran algunas hojas o pequeños objetos para hacer manualidades. Así dibujó Il Capuchino. Decidió entregarle la historieta a su amiga Beatriz, que fue liberada con Camuñas el 1 de setiembre de 1977. También le entregó una muñequita diminuta hecha de trapos y lanitas, que aún hoy conserva el rastro de una sonrisa roja sobre su rostro plano. Y una palomita hecha de migas de pan, que la pareja le hizo llegar a los Biccoca. 
No fue el caso de la historieta, que guardaron. “Era un poco macabra y pensé que para los padres no era un buen regalo. Ella había dibujado los esqueletos con mucha ironía. Los esqueletos éramos nosotros”, explicó Beatriz. Los novios se separaron; ella se fue a Europa y Camuñas preservó la historieta y la muñeca. “Entregar estos objetos a la familia y al Archivo Nacional de la Memoria es para mí concluir una tarea”, expresó el 31 de mayo pasado, durante “La visita de las cinco”.
“Claro que nunca volvimos a ser los mismos”, dice Cecilia. Recuerda que durante años la madre de Lelia, Ida, cuidó la librería y la abrió cada día, esperando a la hija. Además tejió pacientemente un saco y una falda en crochet rojo, para que Lelia estuviese hermosa y abrigada cuando volviera.
Hoy, Cecilia es madre de dos hijos, un varón de 27 años y una mujer de 29, casi abogada. Ellxs, como varixs integrantes de la familia Biccoca, estuvieron en el homenaje que se realizó en la ex Esma. “Para todxs nosotrxs, estar ahí fue reparador. El cuerpo de Lelia nunca apareció así que la evocamos en los lugares donde estuvo. Para mis hijxs y para mi sobrino fue además la posibilidad de seguir tomando conciencia de lo que pasó”, reflexiona. 
Las páginas de Il Capuchino resultaron muy fuertes en su fragilidad extrema. Tanto, que llegaron hasta aquí y hoy siguen siendo testimonio, memoria, huella. A través de la risa irreverente y de esa historieta, una mujer burló a sus verdugos. Sus figuritas, brotadas de la mayor oscuridad, bailan ahora con la luz. 

Lelia y su hermano jorge

  Fuente:Pagina12-Las12                                    

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